
Es sonreír después de la ligera tragedia, del espanto, de verle el rostro a la muerte, y su mirada que te recuerda, también en tus manos puedes llevarme, cualquier día te puedes convertir en instrumento, en mensajero, en muerte.
Es llorar cuando nadie te observa en la oficina abandonada, llena de mosquitos, mientras la tormenta ocurre fuera, y el pequeño cuarto se convierte en tu prisión momentáneamente.
Es gritar desde y en las entrañas, encerrar tu voz en ellas, mientras que el siniestro se vuelca en un resorte de acción, la punta de lanza, envenenada de tinta, atraviesa el corazón más no define la historia.
Es detener el tiempo en el medio de la calle y echarte a correr, nadie puede hacer nada, nadie puede capturar el tiempo, el beat, el movimiento, tu ritmo, nadie puede sacarte la música del pecho, giras, miras al cielo, no estás en aquel lugar, o al menos no importa.
Es escuchar mil preguntas, recuerdas tu nombre, tardaste en contestar tu ocupación, el teléfono no suena, giras otra vez, no sientes nada. ¡Ey! nadie te llama, eres mayor.
Cambiar el plan, recordar los giros, mirar al cielo otra vez, terminar, regresar a casa a la hora que nadie espera, mirar al piso, pensar un poco más, no poder olvidar, deber, el deber de sentarte, procesar, sintetizar, escribir la cronología de hechos.
La punta de lanza envenenada de tinta, define la historia, con-vierte la a-verdad.